La belleza también se aisló: peluqueras cuentan la experiencia que ha dejado la pandemia

Conforme avanza la mañana, se escuchan las corrientes de agua saliendo de los ‘spray manguera’ de las peluquerías, que indican el lavado de cabellos de las mujeres que recién llegan a recibir el servicio o de las que tenían una ‘repo’, previamente aplicada…

Las llamadas ‘peluquerías de barrio’, ocupan el 80% de los establecimientos que prestan este servicio a nivel nacional y son controladas por un único dueño. El resto de este porcentaje, lo cubren los puntos más grandes o los grandes estilistas, quienes han logrado abrir sus propias series de locales.

Este sector, y de belleza en general, puntualmente la venta de productos dedicados al fin de ‘embellecer’ a las personas, genera al año una cifra cercana a los $300.000 millones, según lo reportó el diario La República.

Porcentualmente, el sector de peluquerías, venia reportando un crecimiento de 8% a 9%, así lo indicó el director de L’Oreal Colombia, Alberto Mario Rincón.

Con el tema de la pandemia generada por el virus COVID-19, ese crecimiento quedó estancado, debido a que no había manera de prestar el servicio para así lograr las ventas y el incremento económico.

El ruido de secadores, el olor a planchas, de queratinas y aminoácidos, empieza a tomar fuerza en los vecindarios…

“Antes teníamos 4 ‘bloweristas’, 2 manicuristas y la persona encargada de las cejas. Un blowerista hacia entre 10, 12 o 13 ‘blowers’, en el día más movido”, dice Yoselin Herrera, dueña de Yoselin Herrera Peluquera, ubicada en el barrio Ciudadela, carrera 1, número 47E-07 y en la calle 51B, número 7 Sur 26, principal de 7 de Abril.

Estefany Vásquez, de Rizos Quilleros, cuenta que antes de pandemia, “atendía a 12 personas, un sábado. En un turno, podía tener a dos clientas más en el salón, sin ningún problema. Mi intención más que fuera una peluquería, quería que fuera un momento donde te enseñara y te fueras con la satisfacción de haber aprendido algo, con respecto a lo que hacemos, que es empoderar a la mujer de cabello afro natural, por eso me gustaba tener varias clientas en el salón, a la vez”.

“Mensualmente de 4 a 5 millones de pesos entraba al salón. Desde marzo sin trabajar, imagínate”, comenta con resignación Mariela Mercado, propietaria de ‘Marystylo´.

Avanzaba el día, y ya se podía ver a la primera, protegiendo su cabello recién arreglado, bajo una ‘mallita para hacer la vuelta’…

En vista de esta fatal situación, han sido muchos los establecimientos de este sector que se han visto obligados a cerrar sus peluquerías, unos definitivamente y otros, se han reinventado o están en la lucha de volver a retomar con lo propio.

“Me tocó cerrar mis dos locales y hacer el cambio de trabajar en mi casa. No fui capaz de sostenerlo, por los arriendos, servicios e impuestos”, afirma la fundadora de Rizos Quilleros.

En un ‘entra y sale’ de las que hoy se tiene que ver mejor que nunca porque van a salir, y que parece no tener fin, las puertas de par en par al público en las peluquerías ven como llega la noche…

Cuando el gobierno dio luz verde para proceder a reabrir varios establecimientos de diferentes sectores de comercio en el país bajo la ‘nueva modalidad’, no fue tarea fácil.

En Yoselin Herrera Peluquería, su propietaria afirma que de un 100%, están trabajando un 25%, y que montar un protocolo de bioseguridad no estaba en su presupuesto. “Tuvimos que armar un protocolo de bioseguridad que empieza con un termómetro que cuando lo compré estaba en $320.000. Los implementos de los muchachos, tapabocas, guantes, gorros, la desinfección del lugar, como del cliente y esto ha generado un costo bastante algo. Abrir la peluquería no fue fácil”.

“Por eso muchas peluquerías cerraron. Gastaban muchísimo más dinero en protocolos de lo que se estaba produciendo”, remarcó Herrera.

A juicio de Mariela Mercado aún no se han visto las ganancias. “Estamos trabajando para invertir en protocolos”.

Aún siguen vivas las heridas del duro golpe del COVID-19 que ha maltratado a una población entera. Sin embargo, cada día la comunidad despierta con la esperanza de convertir apresuradamente estas vivencias en solo un mal recuerdo.

Por: Adriana Ricardo

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