La violencia, el desempleo y la pandemia llevan a un abogado a entregarse al rio

El caso de este abogado de Córdoba, deja al desnudo la pavorosa desprotección que tienen los colombianos en la salud mental por efectos de la violencia y la pandemia.

Después de más de tres décadas Niber volvió a sentir en su pecho la opresión del miedo. Gritó y clamó por ayuda, pero -esta vez- no pudo sostener en sus manos el peso del enorme cuerpo de su hermano Juan Salvador; y lo vio caer al rio Magdalena.

Juan Salvador -como experto nadador que siempre había sido- cayó a las aguas de cabeza y con los brazos hacia adelante y se hundió en las aguas oscuras del rio, frente al Malecón. Con los ojos fuera de órbita, Niber, su mujer, una sobrina, y decenas de barranquilleros que disfrutaban de la hermosa vista en El Malecón, vieron salir vivo al abogado de 38 años de edad, y comenzaron a animarlo para que se mantuviera en ese sitio, mientras llegaba ayuda para sacarlo del agua.

Eran las 9:09 de la noche del domingo 27 de junio y en el Malecón no cabía un alma más.

La ayuda llegó. Varios pescadores rodearon con sus lanchas y botes a Juan Salvador y pudieron conversar con él, pero el abogado se negó a salir del agua y se dejó caer de espaldas hasta hundirse.

-En realidad no me preocupa que mi hermano pueda morir ahogado. Juan Salvador siempre fue un nadador consumado y estoy seguro que el rio, con toda su inmensidad, no podrá con él. Lo que me preocupa es la depresión que tiene. Está angustiado por el momento que atraviesa por su vida. ¡Por eso le ruego a las autoridades que me ayuden a buscarlo! – relató Niber, ingeniero eléctrico, horas antes que su hermano fuera hallado muerto.

Niber Ruíz Gandía, su mujer, una sobrina y Juan Salvador, habían llegado dos horas antes al estadero Estación 1975 ubicado al final del Malecón, en los límites con el barrio Siape. Pero no habían llegado con el objetivo de divertirse en medio de la música, las cervezas y el agradable paisaje del rio Magdalena.

Niber estaba preocupado por el cambio en el comportamiento que estaba experimentando su hermano mayor y, quería escucharlo, motivarlo y abrazarlo, para que enfrentar juntos -como siempre había sido- cualquier asomo de problemas. Juan Salvador había sido por siempre un hombre alegre, risueño y optimista.

La familia Ruíz Gandía, se mantiene unida en Barranquilla desde 1997, cuando tuvieron que abandonar por la fuerza su finca, su ganado, sus tractores y fueron obligados a desenterrar las raíces familiares y culturales que tenían en Montelíbano, Córdoba, desde cuatro generaciones atrás.

De niños, a los Ruíz Gandía no les faltó nada. Crecieron a orillas del rio San Jorge, al que aprendieron a explorar antes que caminar. Los seis ruidosos hermanos, convirtieron los recovecos del rio en su patio de juegos.

-El mejor nadador de los seis hermanos siempre fue Juan Salvador. Tenía ocho años, era delgado, alto y nadaba como sin mostrar cansancio. Pasábamos días enteros lanzándonos al rio desde los árboles, comiendo frutas o compitiendo a pasar nadando a la otra orilla y regresar- recuerda Niber sin despegar los ojos de la inmensidad del Magdalena.

Pero el terror llegó una mañana de febrero de 1997 a la población de Montelíbano.

-Las Autodefensas nos despojaron de todo, pero no nos despojaron de nuestro amor. Somos una familia de seis hermanos. Llegamos a Barranquilla en 1997. Acá Juan Salvador estudió derecho en la Universidad Simón Bolívar y se especializó en derecho administrativo. Hace un poco más de tres años le salió un trabajo en Bogotá, en la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada y viajó junto con su esposa Jaiseth García y su hijo a instalarse allá. Por razones políticas se quedó sin empleo y su matrimonio se vino a tierra; eso lo impactó terriblemente, pero nunca lo vimos angustiado, o con delirios como este domingo- detalla Ruíz.

Ya en Barranquilla la pandemia acorraló a la familia Ruíz Gandía.

-A nosotros nos dio duro, pero siempre hemos sido unidos. Nos damos amor entre nosotros. Por su parte Juan Salvador se mantuvo firme. Se vía dolido, porque estaba desempleado y había perdido su hogar, pero no experimentó nada que nos preocupara. La última semana si nos preocupamos porque dejó de hablar y se mantuvo en su alcoba, aislado de todos. Ese no era nuestro hermano mayor – recuerda Niber.

Y remata:

-Entonces lo invité al malecón para hacerlo tomar aire puro y distraerlo. Que me contara eso que lo atormentaba.

Juan Salvador y Niber se sentaron en el estadero, frente a la baranda del malecón y se tomaron tres cervezas cada uno mientras la esposa de Niber y un sobrino caminaban la inmensidad de la mole a la orilla del rio.

-Primero no me quería decir nada. De repente comenzó a hablar de lo mucho que quiere a su hijo y sus sobrinos. La gente que pasaba a nuestro lado lo asustaba. Unos jóvenes llegaron en bicicletas y dijo que ellos le estaban haciendo inteligencia desde Bogotá y él necesitaba esconderse. Lo abracé y traté de alejarlo de la baranda, pero llegó un momento en que el terror lo hizo perder la calma. Intentó tirarse, lo agarré mientras pude, pero era un hombre de 1.83 de estatura y de casi cien kilos de peso, muy grande, y se dejó caer al agua- relata.

Mucha gente presenció eso y se apilaron frente a la baranda a animar a Juan Salvador a salir del agua. Le gritaban: “Cristo lo ama, ven regresa”, pero permanecía a flote sin hacer nada.  Unos lancheros, atraídos por los gritos llegaron y conversaron con Juan Salvador, pero no permitió que se acercaran a él. Entonces se sumergió debajo de unos planchones amarrados a la orilla y salió al otro lado. Cuando los lancheros llegaron por él, ya no lo vieron más.

Para los hermanos Ruiz Gandía, es preocupante que puedan existir muchos Juan Salvador con serios problemas emocionales derivados de la violencia y agravados por el desempleo y la pandemia.

-De verdad nosotros no percibimos la afectación que pudo haber tenido Juan Salvador como víctimas del desplazamiento de que fuimos víctimas. De haberlo sabido, hubiéramos rodeado a nuestro hermano, que era un hombre valioso- dice Niber.

La psicóloga Daniela Abello Luque cree que Juan Salvador Ruiz pudo haber crecido con el trauma por la violencia en su tierra y el desplazamiento forzado, pero se escudó en la negación de ese fenómeno y se dedicó a vivir una vida normal amparado en la protección que le encontró en su familia.

-Es una de las formas más comunes de salir de esos traumas. Con el amor de familia, reponiéndose a las heridas del alma. Según lo que me cuenta, a este joven pudo haberle agravado su trauma (el desplazamiento forzado) el hecho de quedar sin empleo y posteriormente el largo y penoso trámite de la pandemia, en donde el encierro hace sangrar las heridas del alma – estima.

La psicóloga cree que la afectación psicológica derivada de la violencia puede sorprender a la familia incluso en individuos que no hayan experimentado síntomas previos:

-Fenómenos como la depresión, la ansiedad, el estrés post-traumático, los ataques de pánico, el abuso del alcohol y de drogas, pueden ser detectados para evitar que se den resultados dolorosos como este. El Estado Colombiano tiene la responsabilidad de generar programas de asistencia psicológica a los colombianos víctimas de estos fenómenos para evitar desenlaces dolorosos. El llamado es a ser detallistas con las personas sometidas a estas presiones tan dolorosas- concluyó la psicóloga Daniella Abello.

Ayer, después de mas de 24 horas de búsqueda, los hermanos Ruíz Gandía, finalmente encontraron el cadáver de Juan Salvador, a pocos metros de la desembocadura del rio Magdalena, en Bocas de Ceniza.

Por William Ahumada Maury

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