El diablo y el fetichismo de la mercancía – Michael Taussig

Sin duda alguna referirse al diablo genera muchas posiciones misteriosas, fascinantes y contradictorias; sin embargo, en este libro el autor Michael Taussig lo relaciona de una forma muy cruda con la epistemología capitalista y la ética igualitaria, donde los ritos y pactos con el diablo son interpretados como una respuesta de los campesinos asalariados y oprimidos del sur del Valle del Cauca y de los campesinos indios de las minas de estaño establecidos en las tierras altas de Bolivia; debido a los cambios que se dieron en el modo de producción y significado del trabajo durante la época pre-capitalista, cuando el propósito del intercambio natural para satisfacer deseos pasó de buscar el crecimiento cero a buscar un crecimiento económico que permitiera acumular dinero.

Taussig recrea su análisis trayendo a colación diferentes ideologías asociadas con estas creencias diabólicas, desde escritores como Asturias y Gabriel García Márquez se inspiraron en este tema para conjugar la fantasía con el realismo social, lo cual no se escapa en este libro; E.B Taylor considera que los ritos y pactos se derivan de emociones como la ansiedad y deseos frustrados ante la falta de conocimiento y de una cultura pre-científica.

Otros autores consideran que los ritos y pactos con el diablo surgen a partir de conflictos universales que fueron cambiando el ritmo de la vida de los campesinos. Esta ideología aparece de forma creativa y se impone como una cultura que buscaba vivir nuevas experiencias, logrando vivificarlas con sus implicaciones eco-políticas, símbolos e idioma propio.

Para Mark y Engels, el tema tiene un criterio de utilidad, debido al nacimiento y evolución de una sociedad burguesa moderna sumergida en una relación monetaria-comercial abstracta. Para ellos amar y hablar se conciben en términos de “utilidad, interés o ganancia,“ por tanto; son análogos a la conducta social.

El libro presenta varias filiaciones teóricas y críticas que van desde los conceptos y procesos simbólicos de esta cultura hasta el origen de las relaciones político-económicas que surgen a partir del capitalismo agrario. Por ejemplo: Foster, destaca que para estas comunidades “las cosas buenas son pocas y finitas” y si alguien gana más se las está quitando a otros. El concepto fue criticado fuertemente por Chandra Jayawardena quien asegura que para los campesinos lo malo no es la expansión o crecimiento sino la forma como se expanden. Mientras que Aristóteles considera que el bienestar no depende de la tasa de crecimiento sino del capitalismo y del modo de hacer dinero.

En general Taussig se refiere a “el diablo” como una representación colectiva creada por los campesinos ante la forma maligna que se inventó la burguesía para ordenar la vida. Representa el proceso de alienación, criterios de cambio profundos lo cual es opuesto a la creación, vida y crecimiento. Marx incluyó el concepto de “el fetichismo de la mercancía” como una mediación dinámica de oposición entre los modelos: valores de uso en el que se apoyó la economía de los campesinos y valores de cambio que fue la base del mercado capitalista; misticismo pre-capitalista Vs mistificación capitalista. Todo apunta a que el culto al diablo es intrínseco al proceso de proletarización del campesino y a la mercantilización de su mundo al considerar que los cambios socio-económicos están asociados al espíritu del mal, que sólo producen muerte y esterilidad. Son antinatural y malignos. Por lo anterior; no se concibe al diablo como una tradición irracional y primitiva.

Inicialmente en Europa Occidental una elocuente minoría describía al capitalismo industrial como algo profundamente inhumano y antinatural; pero lo hicieron a partir de una metafísica que no permitía tomar en consideración las nuevas definiciones de persona y trabajo que engendraba el capitalismo. No obstante, con la maduración del sistema capitalista, este sentido de ultraje moral se disipó. No es que el nuevo sistema empobreciera a la gente, pero «la degradación de un artesano a máquina» era la que propiciaba en ellos una incoherente urgencia de libertad. Sobre todo, era el sentido de autoalienación lo que envenenaba la vida en el capitalismo y fomentaba la lucha de clase. «No es que los hombres se lamenten por el desdén de las clases superiores, sino que no pueden soportar el propio; porque sienten que la clase de trabajo a que están condenados es verdaderamente degradante y los hace menos que hombres».

Esto era lo que horrorizaba a John Ruskin (1925 – 2:163) en su marcada visión contra el capitalismo industrial, “el sistema se transformó en su crítica viva”. Él decía que podíamos fabricar de todo menos hombres, ni fortalecer, refinar o formar un solo espíritu viviente. Ruskin fue un fuerte crítico del capitalismo industrial y a su pensamiento se unieron críticos socialistas conservadores y utopistas para combatir la ideología burguesa e impulsar a la gente a la acción política dando lugar al surgimiento del socialismo científico. Para ello; recurrió al elogio de la sociedad medieval, de su idealismo y principios religiosos, basándose en la cooperación y no en la competencia, en la ausencia de la explotación industrial y de trabajos penosos.
Ruskin fue un fuerte defensor de la vida, la libertad y la ignorancia fantástica de los viejos escultores al igual que Marx, quien observa que en el contraste entre las sociedades capitalistas y pre-capitalistas es donde mejor se ve la cruel desfiguración de la humanidad que para él representaba el capitalismo.

Lo cierto es que esta paradoja social surge cuando comenzó a desparecer lo común y mutuo que unía a las personas en relaciones directas de producción e intercambio para imponerse el interés personal; cuando se impone el cambio de las relaciones interpersonales por las relaciones comerciales, al transformarse el mercado en la garantía de la coherencia espiritual. Subsistir pasó a ser un ritual cotidiano bajo la forma de una red de asociaciones aparentemente coherentes y naturales, y el trabajo una mercancía en calidad de valor de cambio, capacidad inteligente y creativa de los seres humanos de producir más valores de uso, entre otros; el salario; considerado por Marx como fuente de lucro con base en la explotación de la creatividad y capacidad de trabajo humana. No obstante; la sociedad capitalista burguesa presentaba este nuevo sistema como eficiente, natural y bueno; el gran invento civilizado de la división del trabajo que según Ruskin se debe llamar: división de los hombres y de sus capacidades.

De acuerdo a los análisis socio-económicos, la dominación resultó mistificadora, la mercancía subyugó la conciencia del capitalista en tanto; los campesinos reaccionaron antropomorfizando la figura del diablo que evoca el poder del mal; un mal que aumentó a medida que el capital comenzó a devengar intereses. El punto crucial es que en el fetichismo de la mercancía aparece una fórmula general de los principios de unión que se aplican a la cultura capitalista como un todo y que guían el conocimiento social.

Por último un enfoque atomista considera que las cosas por sí mismas aisladas tienden a parecer animadas, es decir fetiches. Al capital por ejemplo se le compara con un árbol que da frutos, la cosa en sí misma es la fuente de su propio incremento. De ahí que la concreción lleve al fetichismo. En contraste al concepto de subordinación esta interpretación considera que los productos pueden transformarse en fetiches. En el medio capitalista los productos cobran vida de acuerdo al medio social del que provienen. Según Mauss, los maoríes creían que las mercancías mismas eran personas o pertenecían a personas, y que al intercambiar algo, uno, en efecto, estaba intercambiando una parte de sí mismo (1967).

El fetichismo de la economía en las sociedades precapitalistas surge del sentido de unidad orgánica entre las personas y sus productos, en contraste con el fetichismo de los bienes de consumo en las sociedades capitalistas, que resultó de la división entre las personas y las cosas que estos producen e intercambian. El resultado de esta división es la subordinación de los hombres a las cosas que ellos producen, que parecen ser indispensables y poseer poderes propios.

En síntesis, el diablo es interpretado como la reacción indígena a la suplantación de un fetichismo tradicional por uno nuevo. En el viejo sistema de valores de uso, el diablo es el mediador en el choque entre estos dos sistemas diferentes de producción e intercambio. Uno, porque el diablo es un símbolo adecuado del dolor y los estragos que causan las plantaciones y las minas, y dos: porque las víctimas de esta expansión del mercado toman esta economía en términos personales y no de bienes de consumo, ven en ella la distorsión más horrible del principio de reciprocidad, complementado por penalidades sobrenaturales. En las minas y en los campos de caña, el diablo refleja la adhesión de la cultura de los trabajadores a los principios que sustentan el modo de producción campesino, aun cuando estos principios están siendo socavados progresivamente por la experiencia cotidiana del trabajo asalariado en condiciones capitalistas.

Por: Anwar Vargas Maria

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